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domingo, 3 de marzo de 2013

Lo que me susurraron al oído.


Descubrí que tus risas ya no te contienen, que tu pasos ya no resuenan, que ya no te debo nada, o casi nada, tal vez te debo las visitas de domingos por la tarde, la consideración te la debo, la felicidad te la debo, te debo el amor que esperaste de este montón de hielo, te debo los besos y las sonrisas, aun lo debo todo.
 Pido perdón por creer que tus voces callarían por siempre
Pido perdón porque mi corazón no se aceleró cuando el tuyo dejo de latir,  
Te debo la lágrima y el minuto de silencio
Te debo las prendas negras del luto de mi alma que usaba con frecuencia y que al fin abandoné para colorear mi vida, cambiar mi vida.
Te pido perdón por odiarte y tan solo sentir un alivio al saber de tu muerte
Pido perdón por mi frialdad y por el resentimiento que me contiene,
Pido perdón por la distancia, distancia que siempre existe, siempre existirá mientras esté con vida, siempre detrás de la falsa alegría se esconderá la tristeza, la distancia que me impusieron desde niño, la distancia entre mi alma y mi corazón.
En medio de toda esa distancia no hay nada, solo oscuridad y vacío esperando ser llenado por los sueños que no concreté, por los besos que no recibí, por los abrazos que mi triste mirada reclama a gritos.
y aquí estoy sentado entre un montón de gente, sonriéndoles, mientras me derrumbo por dentro, me autodestruyo y doy vida a unos tristes versos que mueren mientras llegan al punto final, como todo lo que cobra vida, nace, brilla y se oscurece al fin, se extingue al fin, como toda la luz que ya no te contiene o quizás nunca te contuvo, tal vez siempre estuviste muerta, o quizás siempre estuviste sola en la oscuridad, intermitente como si fueras una luciérnaga en un intento de brillar por siempre.

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